martes, 23 de febrero de 2010

La cosa política

Sabes que esa cierta indiferencia y lejanía de las personas de la "cosa" política o económica es uno de los males de esta nueva generación. En los 60, 70 y hasta algo de los 80 se vivió toda esa cultura de la revolución y contrarevolución todavía como producto de las ideologías del siglo XVIII y XIX y los movimientos del XX. El tema político era muy vivo en todos lados y sobre todo en las universidades, quien de nosotros no recuerda las continuas huelgas estudiantiles, los paros, manifestaciones y la enorme fuerza de los sindicatos. Nosotros en mayor o menor medida vivimos casi los últimos años de esa era romántica en la que se pensaba que se podía cambiar el mundo, que la injusticia no debe ser parte de la vida diaria y la impunidad no debe pasearse con nosotros día a día. Si bien vivimos la pesadilla más horrenda con el terrorismo, esos sueños de construir una sociedad justa y de que el hombre es gestor de su propia sociedad libre, igual y fraterna (ideales de la revolución francesa del siglo XVIII) nos acompañaron y acompañan hasta ahora. Hoy sin embargo se viven sueños muy individualistas, la política es un asco y solo se dedican a ellos los coruptos que quieren sacar alguna ventaja sin importar ideales; lo único que importa realmente es la mejora económica, individual y colectiva, no son las ideas o principios los que traen la felicidad, sino comprar en McDonald, cuentas en Ripley, vacaciones en Punta Cana, etc. Vivimos con relaciones virtuales por el ordenador, mensajes de texto, llamadas a toda hora y sin embargo más solos que nunca y digo solo porque el hombre que no tiene un ideal más allá de su ombligo, su techo, su plato o u abrigo, esta solo. Nosotros nacimos en los 60, nos educamos en los 70 y 80, así que tenemos la esperanza revolucionaria de nuestra época, pero a la vez aprendimos que las ideologías traen muerte (no sirven) que a nadie la gusta hacer cola por pan o por la leche ENCI (si no tienes buena economía la ideología no sirve). Ergo, para sobrevivir tienes que ser el más vivo, o hacer cola, o buscar mejores oportunidades incluso hasta fuera de tu patria, de tu gente, de tu historia. Por eso muchos le perdonan tanto al Chino, porque realmente al calmar la cosa dió oportunidad de demostrar que los peruanos lo que quieren es trabajar olvidandose del resto y sin meterse en "problemas" algo así como esas sociedades que nacen desde culturas de inmigrantes, que quieren olvidar el pasado y dedicarse solo a trabajar. Por mi parte, tercamente revolucionario, hago mías las palabras de Silvio Rodriguez, otro terco "La vida no vale nada, sino es para perecer, por que otros puedan tener, lo que uno disfruta y ama"

viernes, 22 de enero de 2010

El perfume

El perfume es un lenguaje. Siempre nos quiere decir algo. Y las mujeres que no huelen a nada parecen mudas o guardando un silencio sospechoso. Hay perfumes de brujas, a la legua: góticos, enredosos, químicos. Vienen de una redoma de genciana, de una nariz urbana, y se cuelgan de mujeres musculosas, esas que dicen que nunca se equivocan y que asaltan fortalezas sin que se les corra el rímel.

Esas mujeres taconean con fuerza y expedientan a los hombres de una sola mirada mientras de ellas emana una nube de óxido de hierro mezclada con orquídeas genéticamente alteradas. Son las mujeres felices que nunca te harán feliz. Hay perfumes florales que usan las mujeres que sueñan con el prado que no tuvieron -ese es el prado que más se echa de menos- y los hay de limón, que revelan, para los iniciados, una alta dosis de disponibilidad traviesa y juegos de entrecasa. Hay mujeres que huelen a capricho y hay las que pretenden crear una distancia sin apelación oliendo a una cosa que podría recordarnos al chicle globo.

Estas últimas, muy jóvenes, son absolutamente peligrosas: recuerdan al chicle-globo “Bazooka” en la matiné, a un beso en la comisura de la boca, a una mano sobre otra mano en el pasamanos de una escalera que llevaba al cielo -o sea a la azotea, que era el cielo pagano de los primeros chapes-. Hay mujeres que se perfuman para marcar su espacio y lo hacen calculando la intensidad de las otras mujeres del torneo.Porque el perfume es también una manera culturosa y disimulada de marcar un árbol y crear un perímetro patrimonial.

Hay mujeres que con su perfume te dicen que están solas –y a veces muy solas- y hay otras que asaetean el aire con disparos de especias –estas últimas anuncian, por lo general, proezas de camarote y lonches que no te esperabas-.

Hay mujeres que dan la idea de un desodorante a punto de desistir y otras, aéreas, plantadas en la lavanda de sí mismas, que es lo más honesto que se puede pedir.

Las hay también neuróticas que eligen perfumes pundonorosos para encubrir su incapacidad de tomar decisiones o aromas calmos para disimular las tormentas de su carácter.Pero lo más difícil de descifrar es el perfume de las tristes.Por lo general, estas últimas feromonean con señales equívocas y olores punzantes de feriado.

Pero no pueden evitar que, a unos milímetros de la nariz del hombre al que intentan decirle algo a través del aroma, ese mensaje ondulante se estropee y caiga, gravitatorio, como una bala sin fuerza. Y entonces las miras a los ojos y allí está la tierra que acaba de escampar, la garza con una pata rota, el sencillo olor de un manzano olvidado. Son las mejores. No porque sean tristes sino porque huelen a tierra enamorada.

Yo no volvería a tener a una mujer Chanel número 5 pero no sé qué daría por una que, en vez de oler a loción cítrica, oliera de una vez por todas a limonero y a grava húmeda y sonara a agua corriente y se desvistiera con la naturalidad con la que el otoño desarropa a ciertos árboles. Pido mucho, es cierto.

Publicado por César Hildebrandt