viernes, 22 de enero de 2010

El perfume

El perfume es un lenguaje. Siempre nos quiere decir algo. Y las mujeres que no huelen a nada parecen mudas o guardando un silencio sospechoso. Hay perfumes de brujas, a la legua: góticos, enredosos, químicos. Vienen de una redoma de genciana, de una nariz urbana, y se cuelgan de mujeres musculosas, esas que dicen que nunca se equivocan y que asaltan fortalezas sin que se les corra el rímel.

Esas mujeres taconean con fuerza y expedientan a los hombres de una sola mirada mientras de ellas emana una nube de óxido de hierro mezclada con orquídeas genéticamente alteradas. Son las mujeres felices que nunca te harán feliz. Hay perfumes florales que usan las mujeres que sueñan con el prado que no tuvieron -ese es el prado que más se echa de menos- y los hay de limón, que revelan, para los iniciados, una alta dosis de disponibilidad traviesa y juegos de entrecasa. Hay mujeres que huelen a capricho y hay las que pretenden crear una distancia sin apelación oliendo a una cosa que podría recordarnos al chicle globo.

Estas últimas, muy jóvenes, son absolutamente peligrosas: recuerdan al chicle-globo “Bazooka” en la matiné, a un beso en la comisura de la boca, a una mano sobre otra mano en el pasamanos de una escalera que llevaba al cielo -o sea a la azotea, que era el cielo pagano de los primeros chapes-. Hay mujeres que se perfuman para marcar su espacio y lo hacen calculando la intensidad de las otras mujeres del torneo.Porque el perfume es también una manera culturosa y disimulada de marcar un árbol y crear un perímetro patrimonial.

Hay mujeres que con su perfume te dicen que están solas –y a veces muy solas- y hay otras que asaetean el aire con disparos de especias –estas últimas anuncian, por lo general, proezas de camarote y lonches que no te esperabas-.

Hay mujeres que dan la idea de un desodorante a punto de desistir y otras, aéreas, plantadas en la lavanda de sí mismas, que es lo más honesto que se puede pedir.

Las hay también neuróticas que eligen perfumes pundonorosos para encubrir su incapacidad de tomar decisiones o aromas calmos para disimular las tormentas de su carácter.Pero lo más difícil de descifrar es el perfume de las tristes.Por lo general, estas últimas feromonean con señales equívocas y olores punzantes de feriado.

Pero no pueden evitar que, a unos milímetros de la nariz del hombre al que intentan decirle algo a través del aroma, ese mensaje ondulante se estropee y caiga, gravitatorio, como una bala sin fuerza. Y entonces las miras a los ojos y allí está la tierra que acaba de escampar, la garza con una pata rota, el sencillo olor de un manzano olvidado. Son las mejores. No porque sean tristes sino porque huelen a tierra enamorada.

Yo no volvería a tener a una mujer Chanel número 5 pero no sé qué daría por una que, en vez de oler a loción cítrica, oliera de una vez por todas a limonero y a grava húmeda y sonara a agua corriente y se desvistiera con la naturalidad con la que el otoño desarropa a ciertos árboles. Pido mucho, es cierto.

Publicado por César Hildebrandt

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